lunes, 2 de agosto de 2010

Dime con quién andas y te diré con qué duermes



¡Psht, psht! ¡Despierta!
Entreabrí los párpados, pesados como el plomo, intentando separar la realidad de las últimas imágenes del sueño del que había sido arrebatada tan bruscamente. Un cielo gris pálido anunciaba el inminente amanecer, al otro lado del cristal de la ventana.
-Oye, nena, espabila.
Giré la cabeza instintivamente, hacia el lugar del que provenía la voz que me había despertado. Me dio un tirón en el cuello, a pesar de que el movimiento debía de haber sido tremendamente lento, pues mis músculos aún seguían agarrotados por el sueño.
-¡Ya era hora!
Di un respingo. Había alguien en mi cama. Un desconocido.
-Anda, guapa, muévete un poco, que me estás pisando.
No entendía nada. ¿Qué hacía allí aquel tipo? ¿Quién era? Intenté acordarme. Entorné los ojos, esforzándome por visualizar el momento exacto en que me había ido a la cama la noche anterior. Todo había sido normal. Rutinario. No lograba recordar ningún detalle extraño.
-Ey, no vuelvas a dormirte, nena, y levanta el pompis.
Pestañeé para asegurarme de que aquello no era una visión, de que ya estaba despierta y no seguía soñando. No. Era cierto. Había un tío sentado en mi cama. Un hombre atractivo, fornido, con una larga melena castaña y el torso descubierto.
-Oye, guapa, me estás pillando la cola.
Yo seguía sin comprender. Me incorporé levemente, apoyándome en los codos, e intenté articular una frase coherente. Todo lo que logré fue boquear como un pez, sin emitir ningún sonido, mientras trataba de organizar mis pensamientos, aún sumidos en un torpe sopor.
-Verás, es que tengo un po-qui-tín de prisa -dijo él, enfatizando las últimas sílabas de la frase-, ¿sabes?
-¿Qué? -pregunté por fin, sorprendida.
-Que muevas el trasero, que me estás pillando la cola y, así, no puedo marcharme.
Sin ser muy consciente de mis actos, hice lo que me pedía, apoyando las manos sobre el colchón. Noté que algo se deslizaba bajo las sábanas. Entonces, el desconocido se puso de pie, alcanzando una estatura colosal.
-Ha sido un placer, monada -dijo con cierta ironía-, pero yo me largo.
Y con un resoplido, se dio media vuelta y salió de la habitación con un leve trote, cerrando la puerta tras de sí.


Autora: Rocío Peñalta Catalán.

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